Quisiera decir que a Ana Triveño la conocí en un espacio fantástico, en algún lugar misterioso o de alguna forma heroica, incluso serviría como escenario de una vieja aula de universidad, de aquellas que imaginamos donde un viejo profesor conoce a una nueva estudiante entre libros polvorientos con letras estilizadas en sus cubiertas. La verdad es que no fue así, la conocí en un edificio nuevo, con asientos nuevos y con más tecnología que fantasía en los alrededor, y no soy ni trato de ser el viejo profesor de barba gris con el conocimiento y el saber infinito.
En
definitiva la escena no era fantástica, era un profesor que daba clases de
metodología cuantitativa y una estudiante, que a miradas de éste, se asemejaba
mucho a la Pequeña Lulú de Marge Henderson, un bello personaje que se había
hecho popular años antes en la televisión.
Debo
ser honesto, la veía en el aula siempre en las primeras filas y probablemente,
aunque no lo recuerdo con exactitud, al principio seguramente pensé que siempre
hay los estudiantes que quieren caerte bien estando en esos puestos. El tiempo
me demostraría lo contrario… No que me fuera a caer mal, sino que no estaba ahí
solamente por aparentar.
Uno
de esos días la muchacha, a la que le sobraban sonrisas, paseaba de acá para
allá con un libro en manos. Luego de un tiempo y en un juego entre timidez y
comercio terminé con dos libros en la mochila: La luna de Apolo y Cazador de
sombras.
No
los leí al instante, pues había otros textos que leer en la lista, algunos que
la mayoría consideraría tabiques aburridísimos y otros mucho más amenos. Pero
tras un tiempo comencé la lectura, tiempo después tendría la oportunidad de
compartir mis impresiones sobre ambos con la joven autora, si quieren saber mis
impresiones pregúntenle a ella.
Un
par de meses… bastantes meses después me llegaría una tercera obra: La Muerte
quiere Morir, un texto más corto pero que conservaba un planteamiento muy
parecido a los anteriores, no entraré en detalles sobre tramas o temáticas.
¿Por qué? La respuesta es simple: la muchacha de los cabellos rizados que está
en esta misma sala nos pide en cada uno de sus textos que no les arruinemos la
historia a sus lectores.
La
creadora de Apolo, Daniel, Natalia, Miguel y muchos otros personajes tiene un
planteamiento interesante, nos invita a descubrir la fantasía a nuestro
alrededor, las tramas, establecidas geográficamente en lugares próximos, nos
invita a pasear y remirar una plazuela que conoces, un mercado que visitas, incluso
las librerías donde admiras vitrinas con más de mil libros toman un nuevo
sentido en muchas de las historias en las que se nos propone navegar.
De
un texto a otro encontraremos que estos textos van conformando un mismo mundo,
personajes se entrelazan entre uno y uno, recordaremos escenas de un libro
plasmadas desde otra perspectiva en el siguiente. Cada documento nuevo
constituya una expansión del escenario que Ana nos propone.
Pensar
los libros de la muchacha que se sonroja con facilidad desde una visión
literaria tradicional sería congelarlos, estancarlos y reducirlos. Su universo
en expansión con cada tomo me incita a pensar en los comics, varias líneas
temporales que se cruzan y que al mismo tiempo pueden generar paradojas, que
sin embargo le dan sabor a esto, quizá en un libro futuro necesitemos una
“Crisis en las tierras infinitas” como con la que DC comics intentó realizar
para reordenar su Multiverso en expansión.
Mientras
tanto, todavía hay mucho universo por cortar y ahí llega “Sibelle para Benjamín”,
su obra más arriesgada hasta el momento, una apuesta que supera en número de
páginas a cualquiera de las obras anteriores.
En
ella encontraremos personajes nuevos, pero también antiguos visitantes. Quizá
el riesgo no va solamente por la cantidad de texto, sino porque en esta obra
encontramos la apuesta más fuerte de la autora por la fantasía, los mitos y la
magia, elementos que muchos lectores han abandonado con un desenfado sin igual,
muchas veces justificado en la propuesta de libros y sagas literarias que sobre
explotan la propuesta que se recuperara hace muy poco.
Una
gárgola, una bruja, y un deseo incontrolable pro reencontrarse nos marcan la
pauta para hacer que las hojas vayan pasando mientras nos encontramos con
hechizos, misterios, muchas preguntas y pocas respuestas, en definitiva una
lectura ágil, quizá más lenta al principio que al final.
Hace
unos días había preguntado a la pequeña sonriente si acaso imaginaba toda su
historia como una película animé, de los que ella tanto disfruta, y su
respuesta fue tajante, nunca podía ver a sus personajes con esos ojos enormes
característicos del audiovisual animado japonés.
Lamentablemente
para ella (o quizá no), pero alegremente con sus lectores, yo sí me encontré
con esas evocaciones. Mi mente caviló entre la Anciana Joven, las casas de
múltiples puertas o la mezcla entre tecnología y magia más allá de nuestra
comprensión que Hayao Miyazaki nos muestra en el “Increíble Castillo Vagabundo”
y “La Puta: el castillo en el cielo”, e incluso en muchos casos la inocencia de
la terrible gárgola me hizo detenerme para pensar por instantes en el Vecino
Totoro que muchos quisiéramos tener como guardián.
Si
el libro me gustó o no se lo diré a la autora, no estoy para guiarlos en si el
texto es bueno o malo, eso deberá hacerlo cada uno como lector, pero les puedo
adelantar que deberán prepararse para un viaje diferente.
Como
decía al principio, quisiera decir a Ana Triveño la conocí en un espacio
fantástico, y creo que así fue.
Fotografías de Mauricio Rocabado
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