Presentación La Luna de Apolo

Se llevó a cabo el 5 de octubre de 2009 a las 18.30 en el colegio ¨Santa Ana¨. Mi colegio me apoyó mucho en esta iniciativa. Recuerdo que ese día estuve correteando para que me entregaran los libros, pues la imprenta me los entregó a pocas horas de la presentación.

Mi hermana Xime me regaló todo lo que sería la publicidad. Ella hizo mis invitaciones, encargó el spot grande y varios volantes para distribuir en lugares públicos. También encargó los primeros separadores del libro, justo 500 para los 500 libros. Mis amigas me ayudaron personalmente a ofrecer bocaditos y refresco. Se vistieron con camisa blanca para distinguirse.

Mi profesor de filosofía, Martín Guzmán, fue el que guió el programa con gran habilidad oratoria. Primero habló mi directora, Sor Nilsa Ruíz; después una de mis profesoras, María Elena Camacho, la que me había enseñado a leer en básico y que justo había vuelto a mi colegio tras un largo viaje. Las dos compañeras que leyeron el libro completo previamente, Nataly Murillo y Rocío Fernández, fueron también invitadas a que hicieran algún comentario del mismo. Yo veía todo sonriente, sin asimilar por completo lo que acontecía esa noche. Sentada como una más del público, me petrifiqué.

Mi hermano Pedro y sus amigos Mauricio y Denilson tocaron en la presentación. Fueron bien recibidos. Tocaron antes y después del programa. La verdad no pude escucharlos con la atención que se mercían, pues mi cabeza estaba en otra parte. Pero sé que le dieron un toque original al evento. Fue todo un placer contar con su apoyo para esa ocasión tan importante.

Vinieron muchas personas, más de las que habría esperado. El salón estaba prácticamente lleno, y lo más agradable era que habían personas desconocidas entre la gente. 

Extraños habían venido a conocer mi libro. Fue genial. Y además ver la variedad de edades, no eran sólo adultos, también había varios jóvenes. Aparte de mis amigos, claro, habían más, y eso me animó mucho.

¡Uy! Entonces llegó el momento de hablar, y supe que no lograría escapar. Aún con mi pánico escénico tendría que aproximarme al micrófono, pararme delante de todos y revelarme como la autora de ese libro al que varios desconocidos habían asistido para conocer.

Al momento de escuchar mi nombre en los parlantes, dándome la entrada para hablar, mi corazón se detuvo y comenzó a palpitar muy fuerte en mi pecho. Temblando ligeramente, me paré con lentitud y me armé de valor para hacer lo que debía hacer.

Mi pequeña pesadilla dentro de uno de mis mejores sueños.
Los aplausos al concluir la lectura de mi presentación escrita durante una de mis clases me devolvieron a la realidad tras haberme concentrado tanto en ese par de hojas maltratadas.

Acto seguido me senté junto a la mesa-escritorio con mis cosas y la gente comenzó a formar una línea interminable para que firmase sus ejemplares. Mi mano me dolió con las cariñosas palabras que les dediqué a los que habían decidido darme una oportunidad.

Fueron muchos libros, lo sé, porque nunca terminaba la cola que se formó ante mi mesa-escritorio. Temo que esta cola nunca llegará a ser superada en futuras presentaciones. Espero equivocarme.

Agradezco a quienes estuvieron en esa cola, pues sé que esperar nunca es bonito, y agradezco también a mis queridas asistentas que circularon bocaditos y refrescos durante la espera.




Finalmente se dio el brindis final, y eso fue todo. Terminó de una manera tan fugaz, tan abrupta, que confieso deseé en mi interior que comenzara de nuevo. No para revivir mis minutitos de gloria, sino para fijarme en los detalles y ser un testigo más presente. Porque de verdad, cuando recuerdo el evento se me vuleve borroso, como si hubiera sido un sueño.

Pero el sueño resultó ser realidad y de un momento a otro terminé expuesta a la sociedad como escritora joven. Es verdad, quizás haya empezado a muy temprana edad, ni siquiera hoy sé lo que es ser un escritor de profesión. En cualquier caso, he dado el primer paso. No voy a renunciar a este camino emprendido en aguas turbulentas. Decidí que seguiría publicando de forma independiente, al menos hasta que alguien me despierte o el mundo me devore.